Accidentes laborales: un problema de todos (parte 1)
Los accidentes de trabajo representan, sin dudas, un problema que afecta tanto a la esfera gremial como a la empresarial y estatal. En nuestro país las cifras relacionadas con este tipo de siniestralidad son alarmantes y reafirman un aumento importante. Si bien muchos lo relacionan con el proceso de crecimiento económico, queda claro que un buen sistema de prevención y control es la principal arma a la hora de enfrentarse con una problemática de consecuencias múltiples.
Desde que, a fines del siglo XIX, la historia mundial se encuentra fuertemente marcada por lo que se ha denominado “revolución industrial”, el hombre se encuentra frente a algo que ya se presenta como característico en nuestra época. El proceso productivo y tecnológico iniciado hace ya más de 200 años ha colocado al hombre frente a la era de mayor progreso, crecimiento y sustentabilidad de toda la historia, pero que también ha aportado problemas nuevos e íntresecos a él y que pueden llegar a afectar seriamente su cotidianeidad, tanto en el presente como también en un futuro que se asoma como cada vez más cercano. Es evidente que esta era marcada por la producción a gran escala inauguro un fenómeno que afecta y pone en área de peligro a los millones de trabajadores que se desarrollan diariamente en diferentes áreas productivas: el aumento en la cantidad de accidentes de trabajo.
Evidentemente, la característica que asume la accidentología laboral es absolutamente temporal, hacho que hace que no se pueda hablar de un mismo tipo de siniestralidad a lo largo de los distintos años y, mucho menos, siglos. A pesar de esto, es innegable que la era inaugurada a partir la histórica revolución industrial instaló en la sociedad económicamente activa un fenómeno que, con el desarrollo de la misma, llegó a transformase en tendencia. Los accidentes de trabajo se convirtieron, entonces, en una de las consecuencias más visibles de este proceso que se caracterizó por ser sumamente transformador.
Actualmente, si bien muchos especialistas mundiales dedicados a las áreas de política económica centran una parte importante de sus discursos al tratamiento intelectual de esta problemática, no quedan dudas que la accidentología laboral se presenta como un problema de fuerte resonancia en áreas fundamentales como las gremial, la empresarial y también la gubernamental. Sin dudas, un índice alto de accidentes de trabajo logra influir de manera férrea en este triangulo considerado la base de cualquier sistema productivo. A nivel gremial, el problema se centra en las consecuencias y en los efectos que la ocurrencia del accidente o enfermedad laboral logre tener en la calidad de vida del trabajador afectado. Esto, por supuesto, en los casos que no hayan llegado al fallecimiento de los mismos, fenómeno que lamentablemente se llega a observar de manera más que frecuente en los ámbitos laborales y judiciales de nuestro país, tendencia acorde a lo que ocurre en muchos otros casos de registro internacional. En el caso empresarial, la siniestralidad laboral repercute de manera variada en su estructura, sobre todo por el alto grado de litigiosidad que deben afrontar las empresas que no centran parte de su misión institucional en políticas de prevención de este tipo de accidentes. Por último, es innegable que el Estado también se ve afectado por problemáticas de esta índole, ya que cualquier accidente o enfermedad repercute a nivel gubernamental en términos económicos debido a las sumas que se deben destinar a áreas como, por ejemplo, salud. De más está decir que si el accidente o siniestro ocurre dentro del ámbito de las organizaciones públicas, el Estado será el encargado de las indemnizaciones y resarcimientos correspondientes, otro factor que logra repercutir económicamente en estos organismos. Como se ve, la siniestralidad laboral se trata de un fenómeno complejo y abarcativo, que incluye distintos actores, procesos y resultados. Actualmente, en nuestro país, las cifras son alarmantes. En el año 2004, sobre un total de 5355265 trabajadores asegurados, se registraron 494847 accidentes de trabajo, de los cuales 804 casos terminaron en el fallecimiento del trabajador. Estos datos otorgan, a su vez, un promedio de 1 de cada 10 trabajadores afectados por algún tipo de accidente en el ámbito laboral. Lo más grave de este cuadro es que el mayor incremento registrado en la esfera de la accidentología laboral está relacionado no tanto con lo que se denomina “trabajo itinere” es decir, aquellos accidentes ocurridos en la vía pública en el trayecto entre el domicilio del trabajador y su lugar de trabajo, sino que este aumento se encuentra limitado más bien en el propio ámbito de trabajo, hecho que expone las falencias que se pueden ver en todo lo relacionado con políticas de prevención y de control tanto en materia de seguridad como también de calidad de los distintos ambientes de trabajo. Mientras en el primero de ellos el incremento que se llega a registrar es de apenas un 2,9%, en el segundo caso el aumento llega al 17,5%. Si bien estos incrementos, en cuanto a caudal, son considerados leves, es innegable que el aumento es perceptible.
Muchos especialistas afirman que todo incremento en el grado de siniestralidad es proporcional al aumento de la productividad de un sistema, debido a la interrelación que indica que: mayor producción, mayor mano de obra, mayores recursos productivos y, por ende, mayor posibilidad de accidentología laboral. Por lo tanto, según esta rama de intelectuales, estos datos relacionados con los accidentes de trabajo deben se considerados exclusivamente como una consecuencia simple y directa del proceso de reactivación económica que Argentina experimenta de manera sostenida desde hace ya más de tres años.
Sin embargo, si bien la racionalidad indica que este argumento no se encuentra en la esfera de lo ilógico, también hay que decir que los datos que se extraen de otros países no demuestran que esta manifestación sea efectivamente algo taxativo. Alemania es uno de los ejemplos más característicos. A pesar de que en los últimos años su tasa de desempleo se encuentra visiblemente más elevada de lo que la Comunidad Europea espera de uno de sus miembros, no quedan dudas de que se trata de una de las industrias más potentes y significativas del viejo continente. A pesar de esto, el grado de siniestralidad laboral que ostenta está considerado bajo y no son pocos los que ubican el esquema de prevención que allí se utiliza como el más digno de imitación. El modelo alemán se caracteriza, entre otras cosas, por promover una clara separación de los distintos sectores del circuito industrial y económico, lo que promueve una mayor especialización en cuanto a la problemática de cada uno. Además de esto, resulta determinante el número de inspecciones que se lleva a cabo en los distintos lugares laborales, el cual llega nada menos que a las 700, como así también la formación específica en salud y el otorgamiento de distintas clases de incentivos a la prevención. Por lo que se ve, Alemania resulta un país exitoso en materia de salud laboral porque, evidentemente, desarrolla un claro ejercicio del poder de la prevención.
Sin embargo, si bien Alemania demuestra como el desarrollo industrial y tecnológico de un país no es requerimiento excluyente en sus indicadores de siniestralidad, España es una caso que acompaña a Argentina en cuanto a indefensión laboral. Con factores culturales e idiosincrásicos inocultablemente similares, la estructura económica de ambos países concurre paralela a las cifras que exhiben en materia de accidentología laboral. Esto queda demostrado por los números que se exhiben en torno a la accidentología laboral en ese país. Los datos son elocuentes: en enero/junio del 2004 se produjeron 420794 accidentes, mientras que en el mismo período pero del 2005 se registraron 459934 siniestros, por lo que se aprecia un incremento del 9,3%. Es importante decir que durante la última década –desde el año 1996- siempre se pudo ver un aumento en estos datos, hecho que coincide con la sorprendente reactivación económica que experimentó el país ibérico desde la asunción, en ese mismo año, de José María Aznar, hecho que provocó una apertura significativa de la oferta laboral. A pesar de esto, desde el año 2002 comienza a vivirse en la península una merma en la creación de empleo, hecho que coincide y concurre de forma paralela con la reducción en los indicadores correspondientes a accidentología laboral. Por eso, si bien las tasas correspondientes a siniestralidad y empleo parecen, a grandes rasgos, ser complementarias, el ejemplo alemán demuestra que esto pertenece sólo al campo de las excusas de aquellos países donde las infraestructuras destinadas al control y la prevención son preocupantemente débiles.
Es imprescindible, entonces, tomar a las grandes problemáticas que acechan a las diferentes estructuras sociales como una responsabilidad inherente tanto a al ámbito estatal como también al privado y al individual. Sólo un sistema firme de control y prevención puede ayudar a terminar realmente con un flagelo que no es sólo patrimonio argentino. Un ciudadano conciente y un Estado presente son imprescindibles para el desarrollo de la sociedad madura que un problema así necesita para su real exterminio.
Salomé Zamora